En no pocas ocasiones me encuentro con análisis de política internacional que, en grado variable, presentan serias lagunas a la hora de enmarcar un hecho en un corpus teórico lo suficientemente sólido y riguroso como para facilitar un punto de referencia en aras de interpretar la realidad. En su lugar, y por desgracia, nos solemos hallar ante una mera recolección de sucesos aderezada con retales de wishful thinking, esto es, pretensiones personales, de carácter ilusorio e índole normativa, sobre el «deber ser».
Habitualmente denostada por el énfasis puesto sobre las competiciones por el poder basadas en el más puro y egoísta interés nacional, el olvido de la teoría realista (o neorrealista) de las relaciones internacionales constituye un ejemplo paradigmático de esta tendencia. No obstante las críticas que se puedan formular en su contra, incluidas algunas acusaciones de simplismo en algunos de sus postulados, si consideramos las influencias moderadoras de la Escuela Inglesa, el resultado será un marco interpretativo de plena vigencia (y considerable perennidad) a la hora de comprender mejor la conducta de las grandes potencias en una arena internacional anárquica [1].
El australiano Hedley Bull, principal representante de esta corriente, esboza de forma magistral en The Anarchical Society (1977)[2] una síntesis entre la Realpolitik y los elementos institucionales presentes en el sistema internacional, considerado como un ámbito más de la vida social al que se aplican las leyes de la sociología y la ciencia política. Bull comienza reflexionando sobre el origen y la naturaleza del orden, entendido como un patrón de comportamiento cuyo propósito es promover cierto resultado: la reproducción de aquellas conductas más acordes con el mantenimiento y la preservación del sistema como tal[3].
A juicio de los neorrealistas, uno de los mayores escollos para la cooperación entre Estados sería la incertidumbre creada por la anarquía del sistema internacional, pues empuja a cada actor a desconfiar de la presunta benevolencia del resto y a incurrir en una vorágine competitiva con el fin, o bien de maximizar su parcela relativa de poder, o bien de mantener un frágil equilibrio. Bull, por el contrario, deduce de su idea del orden la existencia de una «sociedad de Estados», definida como la situación que se produce «cuando un grupo de Estados, consciente de sus intereses y valores comunes, forman una sociedad en el sentido de que se consideran unidos por una serie de normas comunes que regulan sus relaciones, y de que colaboran en el funcionamiento de instituciones comunes»[4].
Sociológicamente hablando, diríamos que el Estado trata de conseguir determinados fines con su actuar, para lo cual tiene que adaptarse al entorno de la mejor manera posible, algo que ocurre en relación con otros Estados. Ello supone un aprendizaje en función de comportamientos e información ajenos. Con el paso del tiempo, y mediante un procedimiento de prueba y error continuo, se produce una consolidación de las costumbres más adecuadas para solucionar los problemas. Los Estados, pues, habrían ido pactando a lo largo del devenir histórico una serie de «reglas del juego» operativas, que no se hallarían plasmadas formalmente en textos legislativos, sino que más bien se trataría de directrices con base a las cuales el comportamiento de las grandes potencias en la arena internacional se haría un poco más predecible, al determinar qué conductas resultan aceptables y cuáles no.
Así pues, el equilibrio de poder es una de las instituciones básicas que garantizan la estabilidad en el sistema, ya que se define como «un estado de las cosas tal que ningún poder está en una posición preponderante de forma que pueda imponer la ley a los demás»[5]. Esta idea lleva aparejada el respeto y reconocimiento mutuo de las esferas de influencia, esto es, las respectivas zonas exclusivas donde cada potencia ejerce su liderazgo, promueve sus intereses, crea un cordón o tejido de seguridad y proyecta su poder. El acatamiento de la inviolabilidad de las esferas de influencia por parte de las grandes potencias constituye, pues, una conducta que redunda en mayor estabilidad y paz internacionales, al no producirse agresiones directas ni incitación de crisis en el vecindario geográfico de una potencia rival.
Consideremos, ya para resumir y cerrar con un ejemplo, la explicación en clave comparativa que John L. Gaddis ofrece acerca de la estabilidad entre los bloques durante la Guerra Fría: el arreglo de paz de Versalles, a pesar de la experiencia y la buena voluntad de los políticos y diplomáticos allí reunidos, fue un inmenso fracaso por estar basado en pura ingeniería social de cuño idealista que ignoró la realidad geopolítica de Europa Central. Por contra, los arreglos de la posguerra entre las grandes potencias, de carácter tácito e informal, e independientemente de las injusticias y agravios que dejaron sin atender, desembocaron en casi cinco décadas de paz y estabilidad entre las grandes potencias[6].
A la luz de todo lo comentado anteriormente, queda en manos del lector el desafío de reflexionar acerca del por qué y de aplicar la teoría a casos de la vida real.
[1] El concepto de anarquía en las distintas teorías de relaciones internacionales hace referencia a la ausencia de cualquier tipo de autoridad superior a los Estados-nación susceptible de ejercer el papel de árbitro y/o agencia protectora entre ellos. Para los neorrealistas, como Waltz y Mearsheimer, este es el factor estructural fundamental, la variable independiente o explicativa de sus respectivos modelos.
[2] Disponible en español bajo el título La sociedad anárquica. Un estudio sobre el orden en la política mundial (Madrid: Los Libros de la Catarata, 2005).
[3] Bull, La sociedad anárquica, p. 60.
[4] Bull, La sociedad anárquica, p. 65.
[5] Bull, La sociedad anárquica, p. 153.
[6] Gaddis, J. L. (1986). «The Long Peace: Elements of Stability in the Postwar International System», International Security, vol. 10, núm. 4, pp. 99-142.
Autor:
*Adrián Ansede Taboada es Graduado en Ciencia Política y de la Administración, Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Economía de la Escuela Austriaca, Universidad Rey Juan Carlos. Actualmente cursando el Máster en Paz, Seguridad y Defensa del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED)
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