Lo que la crisis de Qatar esconde.

Oriente Medio es percibido como una región compleja e impredecible. Desde 2014, la redefinición de su política regional ha desembocado en unos niveles de caos y violencia alarmantes. Entre las monarquías del Golfo Pérsico, aparentemente homogéneas, también existen profundas diferencias y desacuerdos en temas de Seguridad interna, regional e internacional. No obstante, sus regímenes han conseguido mantenerse estables sin hacer cambios sustanciales en sus sistemas políticos, en un equilibrio delicado y no exento de riesgos. Sin embargo, la crisis desatada el 5 de junio tras la decisión de los países del CCG de aislar a Qatar, se enmarca en la Guerra Fría que Arabia Saudí e Irán mantienen por el control de la hegemonía y el liderazgo regional. Qatar aparece como un competidor independiente, con un creciente perfil e influencia política global acorde con su peso económico, y con una visión revolucionaria y alternativa del wahabismo que cuestiona el liderazgo tradicional de Arabia Saudí.

Crisis en el Golfo

A principios del pasado mes de junio, el impredecible y complejo escenario de Oriente Medio se veía de nuevo sacudido por la crisis desatada entre los países del Golfo Pérsico y Qatar, a raíz de las acusaciones vertidas por Arabia Saudí sobre su vecino de apoyar el terrorismo islámico y desestabilizar la región. Las fuertes tensiones internas de la coalición árabe en la campaña de Yemen, liderada por Riad, y la propuesta del Presidente norteamericano Donald Trump de crear una estructura de defensa propia, una especie de OTAN árabe, parecen precipitar la situación y allanar el camino para el aislamiento de Qatar. Este aislamiento se basaría en antiguas rencillas, en las claras influencias cruzadas en la guerra de Siria, las disputas por la hegemonía en el mundo musulmán, el terrorismo islámico, el conflicto palestino y la eventual amenaza de una acción contra Irán.

Arabia Saudí, Bahréin, Egipto, Yemen, Emiratos Árabes Unidos y, más tarde, Libia, Maldivas, Chad (la crisis entre Arabia Saudí y Qatar se juega también en Africa) y Mauritania, todos defensores del respeto a la libertad y a los derechos humanos, polarizan a la Comunidad Internacional en un conflicto que, a priori, parece que rompe el disfuncional status quo de la región. Esto es gracias al corte de las relaciones diplomáticas con Qatar y decretar el cierre de fronteras y del espacio aéreo y marítimo, e imponer al pequeño emirato una lista de exigencias (como la ruptura de relaciones diplomáticas con Irán, el cierre de la cadena Al Jazeera, el desmantelamiento de la base militar turca o la fiscalización durante los próximos diez años) destinadas a ser rechazadas por afectar gravemente a su soberanía e independencia nacional.

“Arabia Saudí y Qatar llevan años comprando y/o arrendando tierras fértiles en este Continente, en clara competición con China e India. AS presiona con suspender la ayuda económica, amenaza y esgrime su fortaleza de guardián del islam para imponerse. Qatar, en cambio, se sirve de Al Jazeera para enviar un mensaje positivo como mediador de conflictos – fue clave para la resolución del conflicto de Darfur entre Chad y Sudán – o desarrollador de áreas agrícolas que favorecen a la población local”

Bis Repetita Placent en Qatar…

No es la primera vez que algunos países árabes y del Golfo, liderados por Arabia Saudí, rompen relaciones diplomáticas con Doha, capital de Qatar (ya en 2014 el Consejo de Cooperación del Golfo suspendió relaciones diplomáticas). El pequeño emirato,  promueve la versión salafista del islam sunita y, desde que obtuvo la independencia total del Reino Unido en 1971, se presenta al mundo como una monarquía constitucional gobernada por la familia Al Thani.  Además, se sitúa en una posición geoestratégica decisiva y basa su creciente perfil e influencia política global en el rápido crecimiento de su economía y la acumulación de enormes reservas financieras. Pero también lo basa en una diplomacia alternativa sustentada no en bloques, sino en intereses y en el juego de alianzas temporales y contradictorias, que le permiten sentarse a la vez con Washington y con Teheran, con Israel y con Hamas, con Turquía, Afganistán, Pakistán, Al Qaeda, los Hermanos Musulmanes y con Hizbollah.

“Qatar lleva años despertando recelos entre sus vecinos. La crisis del 2014 no tuvo repercusión internacional al no cerrarse entonces las fronteras ni tampoco suspenderse los vuelos. Su situación geoestratégica es envidiable: Con un área de 11,571 km2, Qatar limita con Arabia Saudí en un único punto de cruce en la costa noreste de la Península Arábiga. Vecino de Bahrein e Irán, este pequeño país rico en hidrocarburos está situado encima de la bolsa de gas más grande del mundo, que comparte con Irán (North Dome/South Pars), y alberga la sede principal del Comando Central de los EEUU (CENTCOM) en la base aeronaval de Al Udeid. Con un despliegue de más de 10.000 soldados, Estados Unidos cubre desde aquí todo el espectro de Seguridad de Oriente Medio, Sudeste Asiático y Asia Central”.

Carl von Clausewitz en Oriente Medio

La acusación de financiar el terrorismo y desestabilizar la región es, cuanto menos, paradójica en un escenario tan caótico como Oriente Medio. Un lugar donde la instrumentalización de las diferentes identidades religiosas no es sino el síntoma de un problema más profundo, que tiene mucho más que ver con la fragmentación territorial de las lealtades tribales y la debilidad congénita de los Estados árabes y musulmanes para hacer frente a la modernidad y al respeto básico de los derechos del ser humano.

Por tanto, los grupos terroristas se han convertido en un excelente medio para continuar la política por otros medios. Tolerar grupos terroristas en un territorio puede ser un movimiento táctico útil para desestabilizar al vecino, y Qatar no es el único que ha sucumbido a la tentación.

De hecho, los datos que vinculan a Qatar con el terrorismo son públicos desde hace años. El Departamento del Tesoro norteamericano ya destapó, en un Informe publicado el 28 de julio de 2011, las conexiones de Irán con Al Qaeda, en el que se acusaba a Qatar de dar cobijo a los facilitadores de esas relaciones. El propio Osama Bin Laden difundía sus comunicados a través de la cadena Al Jazeera, mientras que los talibanes cuentan con una oficina en Doha, e importantes islamistas y terroristas, como Jaleh Mashal, el ex líder de Hamas, y Yusuf al-Qaradawi, ideólogo de los Hermanos Musulmanes, son huéspedes privilegiados del emirato.

Además, diversos Think Tank especializados en Seguridad y Relaciones Internacionales, que responden a diferentes ideologías y sensibilidades, han demostrado, en estos últimos años, evidencias del apoyo y financiación de grupos islamistas a través de préstamos monetarios, pagos de rescate y envío de suministros.

Pero un país demasiado independiente, pragmático, que se resiste al realineamiento contra Irán, que cuenta con importantes activos y participaciones en empresas occidentales, con una posición geoestratégica privilegiada que acoge el mayor Centro logístico de las operaciones de Mando aeronavales de Estados Unidos en Oriente Medio, y que busca mejorar su reputación como un importante actor regional sin la tutela política y moral de Arabia Saudí, tenía, en algún momento, que chocar con los intereses del resto de las también florecientes metrópolis del Golfo Pérsico. Metrópolis convertidas, a su vez, en el parque temático del ocio, el glamour y las finanzas globales, pero diplomáticamente más previsibles y recelosas del papel cada vez más preponderante de Irán en la región.

De hecho, las mal llamadas Primaveras árabes ofrecieron una oportunidad histórica para cambiar la disposición de fuerzas en la región. Es por eso que esta reacción contra Qatar no se entiende sin: las crisis que han asolado la región desde 2011, la pérdida gradual de la hegemonía saudí y la competición por el poder y el liderazgo personal de los jóvenes herederos, Mohamed Bin Salman y Tamim bin Hamad Al Thani. Estos herederos, además, pretenden transformar tímidamente sus respectivas gerontocracias apostando por la diversificación de sus economías sin renunciar del todo a la estabilidad autoritaria particular de la visión salafista del mundo.

Chi va piano…

Han pasado cinco meses desde el estallido de la crisis y, de momento, parece que Qatar resiste con dignidad el pulso. El consenso en el seno del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) no es unánime y las maniobras geopolíticas para estrangular la economía de un país que importa prácticamente el 90% de sus bienes y servicios, buscando reequilibrar la política regional y del Golfo, no están teniendo, de momento, el impacto deseado.

Sin embargo, el FM ha advertido que una crisis prolongada podría debilitar a medio plazo el crecimiento de la región en su conjunto por la falta de confianza. Desde 2014 Qatar viene adoptando planes de contingencia ante la eventualidad de una nueva acción represiva por parte de sus vecinos, y ha encontrado nuevas fuentes de abastecimiento y suministros en Malasia, Turquía, Líbano o Azerbayan que le hacen, si cabe, aun menos dependiente del subsistema del Golfo a la sombra de Arabia Saudí.

La clave, en esta batalla por la influencia entre Arabia Saudí e Irán, es encontrar un punto de equilibrio que defina el papel divergente de Qatar entre las monarquías dinásticas del Golfo. Oriente Medio entra en una nueva etapa de redefinición de la política regional en el que el mantenimiento del statu quo es la única garantía de supervivencia de unos regímenes hasta ahora resistentes al cambio. Regímenes a su vez anacrónicos, enraizados en estructuras tribales y tradicionales que les proporcionan una legitimidad todavía inmune a la influencia externa gracias a las generosas ayudas sociales y subsidios que compran voluntades en unas poblaciones que perciben que, frente al caos exterior, la estabilidad es una apuesta de futuro.

Autores:

Marta González Isidoro Analista de Inteligencia, experta en Política & Relaciones Internacionales

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