El PIB, ¿termómetro de una economía en el siglo XXI?

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PIB

El PIB es una magnitud macroeconómica que nos indica el desempeño de una economía en términos de su producción. Pese a ser esta su principal función, el PIB presenta una serie de limitaciones que nos impiden observar la realidad de una economía postindustrial. Es decir, que deja atrás toda una serie de elementos importantes. En este artículo mostramos las limitaciones del PIB, para poner en relevancia la importancia de acudir a otras variables puestas en conocimiento por la comisión Stiglitz-Sen-Fitoussi.

Habitualmente, nos vemos bombardeados por noticias que cubren la evolución del Producto Interior Bruto (PIB, en adelante) de un determinado país. Apoyados en este indicador, los diversos gobiernos exponen las consecuencias de las políticas económicas realizadas para, finalmente, retratar la “salud” de la economía. Junto con ello, el PIB es comúnmente utilizado como una medida del bienestar material de una sociedad. Ahora bien, ¿el PIB nos permite observar la realidad de una economía en el siglo XXI?

Históricamente, el surgimiento de las estadísticas relacionadas con la productividad de un país ha estado motivado por el interés de los gobiernos en medir las capacidades internas y así ajustar la política fiscal a sus necesidades coyunturales, especialmente a la hora de afrontar un esfuerzo bélico. A fin de combatir la Gran Depresión, la macromagnitud conocida como PIB nace de la mano del sistema estadounidense unificado de contabilidad nacional. Esto fue posible gracias al trabajo de Simon Kuznets, quien siempre se mostró crítico sobre la confusión entre crecimiento y prosperidad, entre cantidad y calidad del crecimiento.

Esta medición, posteriormente desarrollada durante la Segunda Guerra Mundial ante la urgencia de producir bienes en masa, sigue siendo considerada la medida de crecimiento por excelencia. En efecto, se mantiene a pesar de las evoluciones de diversas economías postindustriales, donde observamos que el sector terciario ha alcanzado un peso considerable en el PIB de numerosos países (China 51.6%, EE.UU. 80.2%, España 74.1%*).

Este nuevo modelo de producción ha provocado que sea cuestionable la conveniencia de seguir empleando criterios tradicionales. La dificultad técnica existente a la hora de calcular resultados económicos derivados de servicios intangibles e, incluso, de calcular los bienes de consumo más simples debido a que hoy forman parte de cadenas de producción global de una complejidad nunca antes vista, son una muestra de ello.

Esencialmente, el PIB refleja la producción de bienes y servicios en un año expresada en unidades monetarias, lo cual implica cierta controversia en los siguientes aspectos:

  • Se dejan fuera del estudio todas aquellas actividades que no se intercambian en los mercados organizados, como el trabajo doméstico no remunerado, el ocio, bienes y servicios ambientales o la economía sumergida, entre otros.

Esto implica dejar atrás todo un elenco de actividades que se aprecian fundamentales para los individuos y que, con el desarrollo tecnológico y el tránsito hacia una economía de servicios, presentan una evolución exponencial. En este sentido, la revista The Economist menciona que:

“En un mundo donde las casas son hoteles AirBnB y los coches privados son taxis Uber, donde las actualizaciones de programas gratuitos renuevan ordenadores viejos, y donde Facebook y Youtube proporcionan horas de entretenimiento a cientos de millones de individuos sin coste alguno, muchos sospechan que el PIB es una medida errónea”. 

Esto adquiere trascendencia, en tanto que Youtube supera en audiencia a las cadenas de televisión en los Estados Unidos.

A su vez, resulta interesante los intentos de los Institutos de Estadística de los estados miembros de la Unión Europea para homogeneizar los criterios contables incorporando estimaciones -siempre dudosas- de las actividades ilícitas, de acuerdo al Sistema Europeo de Cuentas (normativa SEC 2010). Sin embargo, estos datos no permiten la comparación en tanto una actividad que es ilegal en un país puede no serlo en otro, como es el caso de la prostitución en Holanda.

Por otro lado, si bien existen cuentas nacionales que toman en consideración la amortización del capital, ninguna hace lo mismo respecto del stock nacional de bienes naturales, obviando el deterioro ecológico. Mientras disminuye el precio de bienes y servicios, los llamados precios sombra (“shadow pricing”) no hacen sino aumentar, no garantizando poder mantener el consumo futuro, clave del crecimiento económico. De este modo, una catástrofe será contabilizada de manera indirecta observando cómo se reduce la producción, pero sin atender a la destrucción neta de activos que, de hecho, puede verse ensombrecida al contabilizar la inversión en reconstrucciones.

Ante estas limitaciones, se han dado propuestas de contabilidad alternativa sobre las que no se ha profundizado dado que calcular este tipo de externalidades supone una drástica reducción del principal indicador económico. A modo de ejemplo, el primer ministro chino, Wen Jiabao, anunció en 2004 que su país emplearía el PIB Verde, sin que llegase nunca a implementarse al conocer que supondría una disminución del crecimiento -contable – políticamente inaceptable.

Este fetichismo hace que los analistas deban mostrar una alta prevención respecto a los datos que manejan. Paradigmáticos son los casos de países africanos donde el cambio de criterios estadísticos supuso enormes aumentos (siempre contables) del PIB, como en Nigeria, donde de un año para otro la Renta Per Cápita en dólares prácticamente se dobló.

  • En segundo término, al centrarse en la producción, deja de lado la calidad de la misma, cuando en una economía de servicios ésta es vital dada la naturaleza inmaterial de los “bienes” que produce. ¿Cómo saber si la subida del precio en un servicio es debida a la inflación o a un aumento cualitativo? ¿es posible aplicar aquí un deflactor del PIB?

Las nuevas formas de negocio han dado lugar a la economía de contenedor (Esteban Hernández, 2016); adquirir cuotas de mercado mayores se realiza a partir de la apertura de muchos centros y de imponer condiciones sobre los proveedores, lo que permite ofrecer productos más baratos. Esta fórmula, iniciada por los grandes hipermercados, se ha seguido con éxito por las compañías de nuevas tecnologías fundamentadas en la conexión y distribución sin necesidad de fabricar nada.  En consecuencia, esto implica reducir el gasto (aumentando los beneficios) y reducir el precio unitario (aumentando el volumen total de ventas), y ello, cuando el coste monetario para el consumidor no es directamente cero, queda excluido del PIB.

Este modelo se ha visto retroalimentado por la globalización y por unos consumidores que tratan de optimizar su tiempo concentrando sus compras en un mismo espacio (grandes superficies) o directamente desde el ciberespacio. Toda una nueva forma de entender el mercado que deja a las claras cómo nuestras viejas mediciones han quedado desbordas por la realidad.

Pero, es a la hora de reflejar el grado de bienestar y desarrollo económico de una sociedad, donde el PIB muestra sus mayores limitaciones. Tanto es así que en 2008 el presidente francés Nicolas Sarkozy encargó un informe al respecto a la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social, encabezada por Joseph Stiglitz, cuyas conclusiones y recomendaciones resultaron demoledoras.

Dicho informe señala que si la crisis ha cogido de imprevisto a los expertos es debido al uso de sistemas de medición no adaptados a las economías modernas. De este modo, el optimismo mostrado por los beneficios cortoplacistas de una burbuja especulativa no se hubiera dado de haberse integrado un mayor número de dimensiones en el análisis económico. En consecuencia, recomiendan centrar el análisis en el bienestar y el nivel de desigualdad social, así como en los ingresos y el consumo, en lugar de únicamente en la producción. El objetivo sería evitar la creciente diferencia entre las informaciones que transmite el PIB y las que realmente importan para la vida de los ciudadanos.

En resumen, las limitaciones del PIB para observar la realidad de una economía en su totalidad ponen en valor la figura del analista de Inteligencia Económica como experto multidisciplinar, capaz de generar información estructurada, que tiene presente variables y herramientas no convencionales. En este sentido, el analista se encuentra capacitado para descubrir oportunidades y prever riesgos examinando los movimientos de los actores implicados, aportando así información vital que simplifique la toma de decisiones en un mundo de mayor complejidad.

Y es que, en un mundo cada vez más complejo, la toma de decisiones requiere que la Inteligencia Económica estudie un gran número de variables, en muchos casos heterogéneas. Como señala el propio Stiglitz, “lo que se mide tiene una incidencia en lo que se hace, pero si las mediciones son defectuosas, las decisiones pueden ser inadaptadas”.

*Datos actualizados a 2016 extraídos de CIA World Factbook

Autor: Aarón Fernández Hernández (Grado en Ciencia Política y Administración Pública en la Universidad de Salamanca).

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