La confrontación suní-chií en el Levante mediterráneo y los intereses de la Unión Europea

La ancestral rivalidad suní-chií está escribiendo una nueva página en la historia geopolítica y geoeconómica de Medio Oriente, con potenciales consecuencias para la Unión Europea. La monarquía saudí y la teocracia iraní encarnan la polaridad estatal de un conflicto centenario que desde el siglo XX sólo se ha agravado y –en las últimas semanas– ha empeorado.

Historia reciente Suní-Chií

La ancestral rivalidad entre suníes y chiíes está escribiendo una nueva página en la historia geopolítica y geoeconómica de Medio Oriente, con potenciales consecuencias para la Unión Europea. La monarquía saudí y la teocracia iraní encarnan la polaridad estatal de un conflicto centenario que desde el siglo XX sólo se ha agravado y, en las últimas semana, ha empeorado.

En 2014, se estabilizó a la baja el precio del petróleo (barril Brent). En junio de ese mismo año, Abu Bakr al-Baghdadi declaró la conformación de un “Estado Islámico de Irak y el Levante” (Daesh, sin reconocimiento internacional) con sede administrativa en la ciudad iraquí de Mosul, al tiempo que pedía la lealtad al resto de musulmanes. En diciembre de 2014, el ministro de Petróleo de Irán, Biyán Namdar Zangané, señaló que Arabia Saudita era parte de una “trama de conspiración política” con otras monarquías del Golfo para hacer caer los precios internacionales del petróleo como represalia al gobierno de Putin –primer productor mundial de crudo– por su apoyo al régimen sirio de Bashar al-Ásad. Por otra parte, tras el fallecimiento de su medio hermano el rey Abdalá bin Abdulaziz el 23 de enero de 2015, Salmán bin Abdulaziz Al Saúd fue nombrado rey de Arabia Saudita, Guardián de los Santos Lugares y jefe de la Casa de Saúd. En los siguientes seis días designó a su hijo Mohamed bin Salmán príncipe heredero, ministro de Defensa, y presidente del influyente “Consejo para Asuntos de Economía y Desarrollo” del reino.

Suní-ChiíSi analizamos estos acontecimientos aparentemente inconexos, podemos observar que, a día de hoy, el precio del petróleo (barril Brent) es un 45% más caro que en 2016, que Daesh se ha convertido en un emprendimiento sunní salafista-yihadista en vías de extinción militar, y también cómo las visitas oficiales del presidente Putin en Teherán tienen como orden del día la guerra en Siria (exitosa para Rusia e Irán) y la necesidad de una mayor colaboración económica bilateral para reforzar el eje ruso-iraní frente al estadounidense-saudí.

Por otra lado, de forma inesperada, y tras el anuncio el 4 de noviembre de los medios oficiales de la creación del real decreto de “Comité Supremo Anti-Corrupción”, alrededor de 200 altos cargos saudíes (incluyendo príncipes) fueron arrestados/despedidos de sus funciones en la industria petrolera, y la administración central y los servicios secretos de Arabia Saudí acusados de corrupción. Este nuevo Comité queda bajo la presidencia del príncipe heredero Mohamed bin Salmán.

¿Qué ha pasado con el Líbano, y por qué es relevante?

El derrumbe del Daesh (instrumento geopolítico clandestino de Riad) y el avance de Hezbolá en las ciudades de Mosul y Raqa, han debilitado seriamente las competencias estratégicas Sauditas por la primacía regional contra Irán. Además, la sucesión de éxitos político-diplomático-militares de Irán durante estos tres años en el Levante mediterráneo y su gran proyección territorial le permite al Estado de los ayatolás emerger como una verdadera potencia trans-asiática.

Arabia Saudita tiene en cuenta que esta nueva situación geopolítica es extremadamente favorable para Irán, por ello se alista para lo que podría ser –en el peor de los escenarios– una guerra regional a gran escala. Lo hace de dos maneras, una interna (la purga a cargo del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, para depurar y modernizar lo más rápido que la monarquía permita el funcionamiento del poder saudí), y otra externa.

En el marco externo, la casa de Saúd procede en Líbano, que vuelve a ser noticia, como en las peores épocas de su guerra civil. Líbano es un enclave estratégico en Medio Oriente (como se puede ver en la imagen). Tiene además la particularidad de contar con una población en la que coexisten dos religiones: la cristiana y la islámica. El 54% de los libaneses son musulmanes (27% chií y 27% suní) y aproximadamente un 40,5% son cristianos (21% católicos maronitas, 8% ortodoxos griegos, 5% católicos griegos y el reste de cristianos un 6,5%), a lo que se agrega un 5,6% drusos, así como pequeños grupos de judíos, bahá’íes, budistas, hindúes, y mormones.

Hace un año y medio, el Líbano pareció encontrar una salida a su parálisis institucional de más de dos años con la llegada de Michel Aoun como presidente y Saad Hariri como primer ministro. Para ello, fue fundamental el papel de la organización político-militar chií Hezbolá, colateral de la teocracia iraní. Teherán se apuntaba así un nuevo éxito en la región.

Sin embargo, tras una crisis política local que combina elementos endógenos y exógenos, el (ahora ex)primer ministro libanés Saad Hariri anunció el pasado 4 de noviembre su dimisión al cargo desde Arabia Saudi denunciando un supuesto plan para su asesinato por parte de Hezbolá. Todo ello ha sumido al Líbano en otra crisis nacional, siendo estas recurrentes desde la década de 1970 con el agravamiento de los sectarismos religiosos entre chiíes, suníes y cristianos. Todas estos elementos tienen una repercusión tanto a nivel interno como externo.

¿Cómo afecta geopolíticamente al marco global  europeo?

Como se ha apuntado, el foco en esta coyuntura del Levante mediterráneo parece ser el Líbano. El fundamento de esta crisis excede al país de los cedros, y se interna en la lucha por la supremacía del mundo musulmán entre Riad (suní) y Teherán (chií). Por una parte, se encuentra la disputa por el futuro del precio del petróleo, en un mundo en que los Estados Unidos es potencialmente cada vez menos dependiente de los energéticos que provienen de Medio Oriente pero China lo es cada vez más, y, por otra parte, el reordenamiento geoeconómico que estos movimientos tectónicos pueden llegar a tener en el balance de poder regional, con efectos en la estabilidad europea.

tierraPor un lado, y con el apoyo de Washington, están las monarquías de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, y Baréin (más Egipto y su cómoda pasividad); del otro, con el apoyo de Moscú, la teocracia de Irán y la monarquía absolutista de Qatar. Turquía e Israel llevan su propio juego geopolítico, con maniobras que buscan la estabilidad del sistema de intereses y fuerzas, pero, a su vez, la ventaja competitiva unilateral, con potencial desestabilizante. China, por su parte, desarrolla un acercamiento lento y conservador en este Medio Oriente de crisis larvada , aunque sin dejar de vigilar los equilibrios regionales desde su nueva instalación militar en Yibuti .

Pero, ¿qué pasa con la Unión Europea?

Con el Brexit a medio camino y Alemania centrada en el sostenimiento de la competitividad económica, sólo Francia parece tener una política para un Levante mediterráneo en riesgo de ser detonado por confrontación suní-chií. Italia y España apenas atinan a monitorizar las continuas crisis que se suceden, en un continuo que lleva ya tres años de escaladas parciales. Mientras tanto, en Siria, el conglomerado de fuerzas gubernamentales y paraestatales del régimen de Bashar al-Ásad consolidan su victoria militar contra Daesh, aunque haya todavía importantes concentraciones de salafistas-yihadistas en la región de Idlib y en la frontera turca que plantean una incógnita para el futuro del terrorismo salafista-yihadista en Europa: su cerco y neutralización en el terreno por parte de las fuerzas sirio-ruso-iraníes, o la fuga de dichos combatientes hacia el Magreb, para luego pasar a Europa .

Ahora bien, el problema no es sólo el fin de la guerra en Siria, sino la reconstrucción de un país devastado que es crítico para la geopolítica regional. Ni Rusia, Irán o Turquía cuentan con las capacidades y recursos necesarios para hacerla, lo que requerirá necesariamente del concurso de la Unión Europea y de los Estados Unidos, pero no sin que ello implique algunas concesiones a cargo de Teherán. Sin embargo, no hay ninguna iniciativa diplomática de Bruselas para explotar dicha situación, ni el alistamiento del instrumento militar para intervenir en caso de que una crisis regional estalle en el Levante mediterráneo.

Mantener el precio del petróleo en una banda de entre 60 a 65 dólares (barril Brent) para 2018 es lograr aproximadamente un 45% más de rentas por el crudo para los Estados del cartel OPEP con respecto a los dos de años anteriores. Este creciente flujo financiero permitirá sostener el pulso geopolítico y geoeconómico entre Riad y Teherán, con todos los riesgos implícitos para los intereses y estabilidad de la Unión Europea.

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